09 junio 2010

SEMINARIO INFANCIA, JUVENTUD Y EXCLUSIÓN SOCIAL/ Cuadernos (II), por Jon Etxeberría

Parece que la nube volcánica se va diluyendo, el noruego podrá viajar a Pamplona. Siguen dos africanos sin billete y sin visado, quizá venga un vietnamita a última hora. Jóvenes de la Rochapea acogerán a jóvenes madrileños con los que participarán en uno de los Talleres del Seminario Internacional Infancia, Juventud y Exclusión Social. Somos ya más de 50 inscritos y 22 invitados extranjeros. Preparamos los dossiers, la cartelería, los turnos, las recogidas...

No descarto en los próximos días una quiebra de alguna compañía aérea, un constipado universal, una nevada imprevista, o la ocupación del espacio aéreo por una bandada de gansos. La globalización nos está acostumbrando a crisis masivas e instantáneas. La lógica del caos se confirma: el vuelo de una mariposa en Tokio puede volverse un terremoto en Pamplona...
En estos días de insomnio preventivo, imagino las conferencias. Me lleva a preguntarme qué demonios es un educador social, un educador de calle, un educador que trabaja en contexto no-formal. Es algo que incluso a nuestras familias les cuesta entender... por mucho que lo expliquemos, pues no queda claro. Los vecinos piensan que eres maestro o profesor (y que tienes muchas vacaciones) pero te ven un día con un balón, otro día con un rastrillo,... nos cuesta explicar nuestro oficio, y eso nos frustra a veces y otras veces nos gusta porque nos da una pátina de misterio...

Los educadores de calle, los educadores en contextos no-formales, sólo tenemos nuestro cuerpo para ayudar a otros a cambiar sus condiciones de vida, para ayudarles a aprender habilidades, conocimientos, valores.

Un amigo que es educador de calle desde hace muchos años me cuenta: la responsable municipal del proyecto recién llegada a su puesto, me preguntaba que qué hacía yo paseando por el pueblo y comiendo palmeras de chocolate. Que eso no era trabajar. Que le pagaban para algo más serio. Mi amigo no respondió en el momento, pero poco a poco fue explicando con sus actos en qué consistía su trabajo. Hay que pasear para estar disponible, hay que formar parte del paisaje, hay que comer palmeras de chocolate o pipas para compartir con los adolescentes. Hay que crear situaciones y lazos sociales, con todo tipo de recursos y de “inventos”; es a veces el arte de no hacer nada sólo estar, el arte de inventar posibilidades, de proponer experiencias, de conectar con el deseo de los que están desanimados,... todo esto en las calles de la ciudad, siendo un referente pero incluido en el contexto, sin tribuna, sin pizarra, sin aula, sin horario definido. Los educadores sociales trabajan con personas, a menudo pobres, castigadas, con mala suerte... quizá haya que recuperar esas palabras: porque hablar de chicos problemáticos, o de familias desestructuradas nos convierte en jueces, en moralistas, no en facilitadores de cambio. Algún día deberíamos hablar de la compasión en nuestro oficio. Es una palabra que da más juego del que parece. (Compasión tiene, por un lado, el sentido débil, aunque generalizado, de echar una mano al necesitado; y por otro, el sentido fuerte de constituirse en sujeto moral, gracias a la interpelación del otro. (...) Es más cómodo ser generoso con lo que sobra, que reconocerse necesitado del indigente. REYES MATE: La Herencia del Olvido. Ed. Errata Naturae Madrid, 2009).

Disculpas por la transgresión. Queda pendiente hablar de esto en otro momento. Falta una semana para que vayan llegando los invitados. A ver cómo sale todo.

Siento ahora un profundo agradecimiento a todas las personas y colectivos que de una manera u otra están creyendo en esto. En esto de traer a Pamplona gentes e ideas para hablar de lo que hacen como educadores. En esto de entrelazarnos y vincularnos para hacer mejor lo que hacemos.

Leer Cuadernos (I), por Jon Etxeberría

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