12 abril 2016

Europa no ha podido perder la memoria


Me desperté en medio del desierto, estaba amaneciendo y me senté en la arena. Llevaba ya tres semanas en este campamento improvisado esperando que nos viniesen a recoger; uno de los traficantes nos aseguró que llegaría un camión para llevarnos hasta la frontera con Europa, lo que supondría casi el final del viaje. Hace tres años salí de mi aldea y llevo atravesados seis países. Me han robado varias veces y ya no me queda dinero para llamar a casa. He hecho alguna amistad, y he pasado buenos ratos, pero en general está siendo muy difícil: camina durante días, esconderse, escapar de la policía, dejarse robar, hacer trabajos durísimos para tener algo que meterse en la boca, ser invisible… Eso es, llevo tres años siendo transparente, moviéndome como una sombra, viviendo en un mundo paralelo.

Dicen que cuando lleguemos a Europa todo habrá merecido la pena, pero ya he conocido a dos personas haciendo el camino de vuelta. Dicen que no nos quieren allá. Dicen que han cerrado las puertas a cal y canto como si fuese de una fortaleza. Dicen que se han olvidado ya de cuando ellos buscaban ayuda. A ellos los persiguieron y los trituraron también. Vivieron en campos de concentración y emigraron. Millones de ellos. Tienen la memoria de gelatina. Ahora que nos movemos nosotros las reglas han cambiado. No sé si será cierto, es lo que he oído.

Yo no puedo volver a casa, todos esperan que les mande dinero y que les proteja. No tengo nada que hacer allí. Necesito atravesar la línea y empezar a vivir.

El sol asciende rápido. El frescor de la noche se ha difuminado. El campamento ha despertado en silencio, no hay mucho que mover. Decenas de hombres se sientan mirando a la pista que atraviesa la montaña. Todos aprietan los puños esperando que aparezca el camión. Yo pienso en el futuro. Pienso en que Europa no ha podido perder la memoria.

J.E.
Éste ha sido el trabajo ganador de la categoría de adultos del Concurso de MicroRelatos 2016



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