15 diciembre 2010

Atrás, en el viaje, queda Haití, pero sigue en nuestras mentes

27 Septiembre, Puerto Príncipe, fin del viaje.

Parece que el viaje se termina y se resiste a dejarme buen sabor de boca. Parece que cuando la misión está cumplida, cuando hemos conseguido recopilar y concluir el encargo que traíamos, lo único que queda, como en cualquier misión de terreno, es volver a casa; intentar pasar lo mejor posible el incómodo y largo trayecto aéreo y sobre todo, conseguir dormir.


Pero algo ocurre que me hace vulnerable, que me rompe en dos, solo a una hora de tomar el vuelo, en el aeropuerto de escala en Point à Pitre (Guadalupe) con destino París, los gritos ensordecedores de un niño de a penas cinco años piden auxilio en la lejanía de lo que mi vista alcanza pidiendo auxilio y desespera por volver a los brazos de la que durante los últimos meses ha sido su mami y de la que duramente debe desprenderse.

Tras el terremoto del 12 de enero, muchos niños fuertemente heridos fueron expatriados a países vecinos y acogidos temporalmente, como medida psico-medical, por familias que sin duda adquieren, en ese periodo, un papel fundamental en el proceso de recuperación. Tal es el éxito de este proceso de recuperación que la idea de volver al origen materno donde su verdadera madre y familia le espera se convierte en la peor de las pesadillas. Lamentablemente este momento llega, y hoy es uno de esos momentos de retorno. Lo he presenciado con tanto dolor que me sentía parte del proceso de recuperación. Sin pensarlo he dejado mis cosas en el control de la aduana y me he arrodillado junto a la acompañante acreditada de la organización internacional que acompañaba a los cuatro menores, eran algo mayores y tenían una actitud algo más resignada aunque se percibía en su mirada el desconsuelo y dolor de la vuelta. El pequeño de los cinco estaba fuera de si, dos policías y la acompañante acreditada no podían calmarlo. Mi compañero de viaje no ha podido resistir tomarlo en brazos, y sin éxito, intentar calmarle.

Todos esos adultos desconocidos no hacían más que un esfuerzo inútil por sujetar la más ardua de las realidades. El retorno a Haití. La vuelta a la familia, a la nueva situación e la ciudad de Puerto Príncipe tras el desastre; El miedo de lo vivido sale a flor de piel. La única medida de sujeción de tan irremediable dolor: la fuerza de un adulto, el placaje de sus brazos bloqueando cualquier amago de huída del pequeño Minor.


Finalmente tras casi cuarenta minutos de ira, rabia y pánico concentrados en el grito de –Mami!, el pequeño cae en el suspiro de la resignación y aceptación de la evidencia de que no es tan fuerte como para escapar de los brazos de su cuidadora pero tal vez si como para afrontar la idea de una vida en P.au P.

Yo, tras haber derramado alguna discreta lágrima de impotencia al presenciar toda la escena, me acerco al suspiro del pequeño, le pido un trozo de su suelo y me siento con él mientras levemente, ya sin fuerza, se retorcía entre las piernas de la acompañante.
Minor, sigue vigilante a una posible vía de escape, ni siquiera me mira, lo intento preguntándole su nombre, sus años, incluso pretendo contarle que yo también tengo dos niños, pero a él no le interesa mi voz. Entonces, mi compañero que permanecía de pie, junto al grupo del resto de menores, me dice, a la altura de su entendimiento: -“Sabes, él tiene un billete especial para Haití y nosotros tenemos que irnos a París”, parece que su sollozo entra en razón y me regala la atención de su mirada para que yo le proponga ir a ver el avión especial, juego a regalarle un caramelo que él, de momento desprecia, y finalmente consigo el mejor de los regalos de este viaje, su pequeña sonrisa. Su mami le había regalado, para el retorno, un saco de dormir muy chulo, negro por fuera y amarillo por dentro, lo guardaba con atención aunque por un momento lo había perdido de vista, entonces, ese fue el gancho externo que me llevó a él. Hablamos de lo bonito que era, de lo difícil que era abrir la cremallera de que tal vez podría guardar el caramelo en su interior y finalmente me dio la mano para dar ese paseo de ilusión por el pasillo de las puertas de embarque del aeropuerto eligiendo cuál de los aviones sería el vuelo especial para Haití.
Después de unas carreras, cuando ya habíamos elegido el avión especial, de entre varios que veíamos a través de los grandes cristales, Minor me hace un gesto que me llena de esperanza, con sus pequeños hombros me dice que lo siente, que yo no tengo billete especial y no puedo ir a Haití. Horas más tarde, estoy en París, el pequeño Minor estará ya en P. au P. Quiero imaginarme un retorno feliz aunque no me atrevo a escribir cómo de feliz será en realidad la vuelta al momento donde todo cambió. Su brazo estaba curado aunque una evidente cicatriz a la altura del codo dejaba evidencia del trauma.

Buen viaje pequeño, buen retorno con los tuyos. Esto es una carrera como las del pasillo de las puertas de embarque, 1,2,3…hasta la línea final…seguramente siempre habrá alguien que llegue antes que tu, ya que tu leve cojera te impide correr cómodamente pero me consta que tienes el coraje suficiente para saber que tu también llegarás a la línea de meta. Suerte Minor!

Maider Goñi Suberviola